Mi primera experiencia laboral.

Hace mucho tiempo que no escribo aquí, de hecho, no recuerdo ni de qué escribí la última vez. Pero he vuelto y me han pasado algunas cosas desde entonces, por lo que hoy vengo a contarlas para terminar haciendo alguna que otra reflexión.

A principios de junio empecé a trabajar en una heladería de mi pueblo, iba a ser mi "trabajo de verano" con el que poder acumular algún dinero, algunos ahorros, para así poder ser autosuficiente y no depender del dinero que me diese mi padre (al menos por unos meses). Al principio me pareció buena idea, de hecho, no me molestaba en absoluto el tener que "sacrificar" los tres meses de verano porque sabía que tendrían recompensa, tendría un sueldo. Además, si a eso le sumas que me había pasado prácticamente un año sin hacer nada, pues era una oportunidad genial para empezar a trabajar. Estaba contenta por tener mi primera experiencia laboral en mi pueblo, por lo que podía ir andando y no depender de ningún transporte (que eso, para mí, es un plus enorme).

El primer día fui contenta, fui con ganas de aprender. Nos enseñaron las mil cosas que teníamos que hacer: estar pendientes de todo, limpiar, mantener todo en orden... y la verdad es que terminé algo saturada, pero concienciada de seguir. Días después ya me tocó empezar de verdad: turno de 9 horas. Aguanté y terminé cansada, pero feliz. Y lo mismo con los días siguientes; aunque me jodiese el sacrificar horas del fin de semana y perderme planes, lo tenía asumido. A pesar de haber empezado con buen pie, esa primera semana tuve ya mi primera mala experiencia con unos clientes, que básicamente me vacilaron y no pude hacer otra cosa que aguantar hasta que rompí a llorar una vez entré dentro. Pero, a pesar de todo esto, seguí adelante porque no iba a dejar que cuatro personas me amargasen, yo tenía un trabajo que hacer y un sueldo que ganar.

La siguiente semana fue también tranquila, sin altercados. Tenía mi recompensa el fin de semana, además de no trabajar el domingo, cosa que me emocionó. Y ya entramos en la tercera semana, la semana que empecé a plantearme lo de dejarme el trabajo porque empecé a darme cuenta de que me tomaban el pelo. A mí, que era la más mayor de los trabajadores. A mí, la única que se tomaba en serio el trabajo allí (a veces demasiado en serio). Además de darme cuenta de que allí todo el mundo miraba para sus intereses. Me harté y decidí que yo allí no seguiría el mes que viene. Los días que quedaban de esa semana fui allí a trabajar tan normal, hasta que llegamos al domingo, el día infierno por excelencia. Ese día me tocaba hacer un turno de 9 horas, ya que ese era el primer día del horario de verano y me pasé toda la tarde con un nudo en la garganta, queriendo romper a llorar en cualquier momento, agobiándome por todo. Hablé con mi jefa para comentarle lo que pensaba: que tenía ansiedad, que no comía, que esto me superaba... pero, pese a todo eso, no le di una respuesta conceta sobre si me dejaba o no el trabajo. Llegué a casa y lloré y no dejé de llorar la hora y media que estuve sentada en el sofá. Además, la idea de tener que volver se me hacía una montaña y un infierno.

Finalmente, llegamos ya a la cuarta y última semana del mes. Los días anteriores estuve debatiéndome entre si dejármelo ya o aguantar un mes más, pero, ese martes cogí el coche y no pude ni salir del pueblo. Me puse nerviosa, tenía ansiedad, lloré, no sabía qué me pasaba, hacía tiempo que no tenía ese comportamiento, por lo que decidí que hasta aquí habíamos llegado. Cogí el móvil para mandarle un mensaje a mi jefa comunicándole que terminaba este mes, pero al mes que viene no quería volver. Y así fue, el viernes por la noche tenía mi último turno del mes, me pagaron la nómina (una miseria porque, además, no había empezado a trabajar el día 1, sino el 4) y me despedí. Tuve sentimientos encontrados porque no sabía si lo estaba haciendo bien, no sabía si estaba siendo una floja por no aguantar un trabajo así, si estaba tomando la mejor decisión, si debía haber seguido un mes más, pero, la verdad, es que no estaba bien física ni mentalmente (llegué a adelgazar 2kg y a quedarme en 48kg por la ansiedad), por lo que decidí que mi salud estaba antes, y así es.

Después de este mes trabajando en hostelería he aprendido unas cuantas cosas sobre mí:

  • A tenerme en cuenta
  • A mirar por mí misma (dentro del respeto hacia los demás)
  • Aprendo rápido
  • Soy muy exigente conmigo misma
  • Odio estar de cara al público
  • Pese a ser introvertida y vergonzosa he sabido trabajar en hostelería, estando de cara al público
  • Estar constantemente siendo valorada "silenciosamente" por gente es una tortura psicológica, si eres como yo
  • Valgo más de lo que creo
  • Tengo principios
  • La salud está por encima de todo

Estas son, por lo general, las conclusiones que saco después de la experiencia de este mes. Considero que, pese a todo, he trabajado bien, he sido responsable y me lo he tomado en serio, puede que la que más, pero llegó el momento en el que decidí poner mi estabilidad emocional y mental por delante de cualquier cosa. Ahora, unas semanas después, tengo la sensación de que el mes de junio no lo he vivido, de que no ha ocurrido. De hecho, a veces sigo pensando que estamos en junio y no en julio. Las semanas se me hacían eternas mientras seguía trabajando allí, el mes nunca parecía llegar a su fin, pero, una vez terminado, miro hacia atrás y tengo la sensación de que ese mes he estado anulada, no he existido. Si eso solamente me ha pasado durante un mes, no quiero ni pensar cómo hubiese terminado agosto.  

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