La estufa
En fin de año me fui a León porque tenía ganas de pasar esas fechas en otra ciudad, lejos de casa.
El primer bar al que fuimos a comer era de todo menos aseado. La barra estaba llena de copas de cerveza a medio beber, llenas de platos con migas de las tapas que te sirven con la consumición y de platos con la comida aún por tocar.
La decoración no tenía ninguna coherencia: un azul pastel con decoraciones más cercanas a cuadros con mariposas coloridas y frases de "only good vibes" mezclado con una barra de bar típico español con vitrinas con marcos de aluminio.
La tele estaba encendida, pero la señal de la TDT no funcionaba bien, por lo que solamente se veían píxeles y el audio entrecortado.
Detrás de nosotros había una mesa llena de vasos y platos de los anteriores clientes que nadie recogió durante el rato que estuvimos allí.
Pero, dentro de todo ese caos estético y organizativo, había una estufa de gas. Me sorprendió que esa fuese la única fuente de calefacción del bar y al mismo tiempo me dio mucha ternura porque me recordó a la estufa que tenía mi abuela en casa.
La estufa que dentro lleva una bombona de butano, algo que me ha dado pánico siempre, por cierto.
Cuando ya íbamos a irnos, me levanté y me acerqué a calentarme porque tenía mucho frío y al acercar la cara a la rejilla de arriba por donde sale el aire caliente y lo noté en la piel, automáticamente me transportó a casa de mi abuela. A ese pequeño salón-cocina donde hacíamos vida.
Me recordó a cuando poníamos el pan justo encima de esa rejilla para que se tostase (y qué bueno que estaba), a acercar nubes de chuche a la llama para quemarlas y saber a qué sabían porque llevaba viéndolo en los dibujos mucho tiempo y quería experimentarlo. No me gustó el sabor, ni mucho menos la textura. Los dibujos me habían engañado, no estaba tan bueno.
Me recordó a la manta a cuadros granate y verde con flecos a los lados que era muy pequeña y con la que mi abuela siempre se tapaba las piernas. A acercarme tanto rato al calor que la cara acababa ardiéndome.
La voz de Armando me hizo volver a la realidad para avisarme que nos íbamos. Salí del bar de vuelta al frío de la calle con la alegría de haber recordado aquellos momentos que había escondido en algún lugar de mi subconsciente.
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