Fue tan largo el duelo que al final casi lo confundo con mi hogar.

Estoy agotada. Con todas sus letras, desde la primera "a" hasta la última. 


He tenido unos días en los que creía que algo podía salir adelante, que veía posibilidades de retomar por fin mi vida laboral, pero de repente hoy he vuelto a caer. Me he levantado con un bajón de ánimos enorme, cuando ayer me creía capaz de todo, ya hasta fantaseando con una vida nueva en Dublín.


No sé qué me pasa, en serio. Esto es nuevo para mí y pese a que ya he tenido otras épocas de búsqueda de trabajo, esta está pasándome especial factura. 


Llevo ya tiempo sin ponerme a buscar activamente. Y es que las veces que lo he hecho estos últimos meses he acabado sentada en el suelo llorando. Además, esas lágrimas han venido acompañadas por un dolor desesperante tan profundo que me ha dado miedo. Nunca había sentido nada igual. 


Tengo miedo a dejarme llevar por los pensamientos obsesivos de mi cabeza hasta caer en un pozo del que me sea complicado salir.


Y todo esto es por la maldita búsqueda de empleo. Llevo un año (en realidad, más) que no ha sido fácil en general, ni a nivel psicológico ni a nivel laboral. He pasado muchas horas conmigo misma, sola en casa, y esto está llegando a un punto en el que o mi vida se encamina hacia algo o caigo en un pozo de oscuridad. Aunque, en realidad, ese ultimátum me lo he puesto yo.


Me he dado cuenta de que estar tantas horas junto a mi cerebro es peligroso. Soy peligrosa para mí misma y tengo que estar alerta constantemente para no dejarme llevar por los pensamientos intrusivos obsesivos que bloquean mi visión casi hasta de manera literal. Pero, a veces, estar alerta es muy difícil porque no siempre tienes la fuerza suficiente para acceder a esas herramientas que hacen que veas que la realidad no es tan oscura como te hace verla tu cerebro. Y al final, no sabes cómo, te encuentras en la parada del tranvía mirando hacia las vías, de la manera más vacía posible, mientras entras en un bucle de pensamientos obsesivos y depresivos que sabes que debes parar, pero que en el fondo no quieres porque piensas que estar triste forma parte de tu esencia. 


A las nueve de la mañana acabas llorando de pie en la parada de Tarongers de la línea 6 del tranvía.


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