Y entonces fue cuando me di cuenta.

Ayer fuimos a una zona del parque natural de Gilet. Nunca había estado allí, pero me parecía que sí. Parecía el parque de Llíria en el que tantísimas veces he estado.


Lo cierto es que tenía ganas de ir por hacer algo distinto el viernes: para hacer fotos, grabar, pasear… Lo que sea por sacarme fuera de casa. Pero toda esa ilusión fue desvaneciéndose a medida que llegábamos allí. 


El camino en coche era anodino, el mismo tipo de paisaje, el mismo tipo de casas, los mismos colores de la tierra y los árboles. 


Cuando llegamos a la zona, estaba llena de mesas típicas de “merendero” (no sé si se llama así solamente aquí o es universal), una zona para “torrar”, un parque con columpios y un tobogán. Encendí mi cámara para grabar, pero nada de lo que veía por la pantalla me llamaba la atención. Solo ocres, tierra seca y algunas ramas verde oscuro. El mismo paisaje de siempre. 


Mi idea era grabar cosas para subir un vlog pequeño a YouTube, pero la apatía que me producía el entorno me lo impidió. 


Subí una cuesta para ver una ¿casa? ¿construcción? (no sé) que había allí y me asomé por la ventana a ver qué había dentro. Daba algo de miedo y no miré mucho porque mi ansiedad subió por las nubes solo de pensar que alguien podía asomarse y darme un susto. Eso fue lo más emocionante que me pasó mientras estuvimos allí. 


Al poco rato me cansé y me senté en una de las mesas mirando hacia el parque donde había un hombre, un niño jugando en el tobogán y un perro pequeño dando vueltas por allí olfateando cosas. Me entretuve mirando al perro, bueno, o la mancha color marrón claro que se movía por la zona, porque lo cierto es que no llevaba gafas y me costaba ver las cosas nítidas. 


Mientras tanto, cómo no, mi cabeza se puso a pensar.


En ese momento, sentada en aquel sitio nuevo para mí pero que sentía que ya conocía, me di cuenta de cómo estoy en realidad. Me di cuenta de lo hastiada que estoy de estos entornos. La ilusión que tenía hace unos años por salir a pasear por un sitio de montaña para hacer fotos y salir de la rutina no la sentí. A la media hora quise irme.


Me di cuenta, ya de verdad, de lo cansada que estoy de vivir aquí, de los mismos paisajes, de los mismos sitios, de las mismas carreteras una y otra vez. De ir a sitios nuevos para descubrir que todo tiene el mismo aspecto, que nada es nuevo ni me estimula. 



Me ocurre lo mismo en la ciudad, aunque es el lugar donde recurro para salir de la apatía que me produce mi pueblo. Paso por bares en los que ya he estado, zonas por las que salí durante una época concreta, caminos por los que ya anduve… y todo ello con personas que a día de hoy no están en mi vida. A algunas de ellas las echo realmente de menos, pero no sé si llegarán a saberlo o ni siquiera si pensarán en mí tanto como yo pienso en ellas.


En cada uno de esos sitios hay una antigua versión de mí: la que descubrió que sí le gustaba salir por la noche, solo tenía que encontrar la gente adecuada; la que experimentó qué era tener un grupo de amigas; la que justo empezaba la universidad y tuvo su primera cena de clase… No quiero que se me malinterprete, no son malos recuerdos, forman parte de mi historia, pero el hecho de pasar por los mismos lugares una y otra vez hace que cree recuerdos sobre recuerdos. Como sobrescribir los datos de un disco duro o grabar con un VHS ya usado (esta última referencia es para gente de mi generación). 


Necesito una nueva cinta sobre la que grabar nuevos recuerdos.



Por todo esto, ya siento que irme no es capricho, sino una necesidad. 

Quiero saber quién soy fuera de estas paredes (“que me impiden moverme, que me impiden dormir”). 

Quiero saber quién es la Meritxell que por fin consigue vivir donde ella ha elegido hacerlo. 

Quiero saber cómo es la Meritxell que se ve en un lugar nuevo y tiene que buscarse la vida empezando algunas cosas desde cero.

Quiero saber si por fin voy a ser feliz.



PD: sé que no se puede ser feliz todo el tiempo ni que todo se va a arreglar por irme a otro sitio, pero al “feliz” que me refiero es a poder salir de la cueva en la que entré hace tiempo y así ver un poco de luz. Para salir del bucle depresivo en el que entré desde que volví a vivir en el pueblo que me vio crecer.





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