Sentimientos de soledad.
Ella volvía a casa de madrugada. Pero no porque saliese de fiesta hasta esas horas, sino porque a veces le gustaba irse ella sola, de noche, a dar vueltas y vueltas por la ciudad. Ella sola y nadie más. Era una costumbre que tenía dese los 16 años. Ahora tenía 23. Esa costumbre empezó una noche en la que Jordana padecía de insomnio y decidió ponerse a leer en su escritorio. Eran las dos de la madrugada. Delante de la mesa tenía la ventana que daba a la parte más bonita de aquella ciudad. No podía evitar desviar la vista. Se quedaba durante horas contemplando las luces de colores, la noche, el silencio. Sin pensarlo, cogió su largo abrigo rojo y salió a la calle. La casa dónde ella vivía estaba entre el centro y las afueras de aquel pequeño lugar. Subió por su calle, observando cada detalle de aquel camino que, ahora en la oscuridad, le parecía totalmente diferente. Siguió andando. Todo estaba en silencio. De vez en cuando se escuchaba el ruido de un murciélago, o de un coc