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Aftersun

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Cuando terminó la película, confieso que no la entendí. Durante la vuelta a casa, esperando al bus, estuve buscando artículos que explicasen el final. “Aftersun final explicado” fue mi búsqueda en Google. Me sumergí tanto en la lectura que casi pierdo el bus. Encontré un artículo que lo explicaba muy bien y fue bastante revelador porque a medida que las piezas empezaban a encajar, me di cuenta de que la historia me tocaba más de cerca de lo que habría imaginado. Mi padre falleció en octubre de 2023 y con él se fueron infinidad de secretos que nunca llegaré a saber y preguntas que jamás serán resueltas. Falleció a causa de un accidente, se atragantó. En ese momento no tenía dentadura porque se la iban a cambiar, por lo que solamente comía papillas. El ansia de comer, que le había provocado un aumento de peso bastante considerable, hizo que cogiese una miga de pan de un plato que no era el suyo, impidiéndole respirar y falleciendo casi en el acto. Llevaba dos meses ingresado en el centro

¿Qué se hace cuando no tienes que trabajar?

Eso mismo me pregunté hace unos días, sabiendo que venía mi semana de vacaciones.  Es mi semana libre sin tener que hacer nada, ni trabajos externos, ni viajar… Nada. Tiempo libre dedicado a mí y no sé qué hacer.  Este verano, el trabajo ha sido lo único que me ha hecho levantarme de la cama. Era una obligación externa y tenía que cumplir con ella, pero salvo eso, no sentía que tuviese nada más por lo que moverme. Ha habido días que al terminar la jornada me he tumbado en la cama y he estado ahí dormitando esperando que pasase el rato para que llegase la hora de cenar y tuviese algo que hacer. No he tenido motivación para nada más.  Me gustaría decir que han sido unos pocos días, pero mentiría si lo dijese. Hubo alguna tarde que me propuse bajar a la playa a leer, ahora que la tengo a menos de un minuto andando. Además, sé que salir de casa me hace bien psicológicamente, pero, en lugar de eso, ¿qué hice? Tumbarme en la cama con la excusa de “no salgo ahora, que hace aún mucho sol”, dor

Vistas a través de barrotes.

Para todo hay una primera vez, y depende de la importancia que se le dé, esa primera vez será más o menos memorable.  Hace dos semanas viajé, por primera vez, sola en un avión. Me fui, por primera vez, al País Vasco sola. Me alojé, por primera vez, en la casa de una pareja que no había conocido en persona hasta el mismo día que llegué a Bilbao. Conocí y me relacioné, por primera vez, con gente que vivía allí. El motivo por el que hice el viaje fue, por primera vez, asistir a la presentación de un libro que maqueté y al que le dediqué muchísimas horas. Y no, en este caso no fue el primer libro en el que trabajé, sino el tercero. Los cuatro días que estuve allí fueron maravillosos. Hice cosas que nunca creería que me atrevería a hacer: me relacioné con gente que no conocía de nada, hablé de cosas muy personales con Alba, admiré el paisaje verde que rodeaba el baserri y que aparecía incluso en la ciudad, en cada rincón. No dejé de sentir ansiedad, nervios o vergüenza, pero la ilusión que

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  Hoy hacer realidad mis sueños me parece muy poco factible.  Desde el 1 de febrero estoy yendo a la piscina dos veces a la semana de manera regular. Me va bien porque en una hora muevo todo el cuerpo y desahogo mi ansiedad, que es lo que necesito. No pretendo ser profesional, ni dar la turra con el tema, ni ser la más nadadora, solamente necesito hacer ejercicio y nadar me gusta. La parte mala es tener que ir a una piscina municipal para ello ya que, psicológicamente, es un esfuerzo muy grande para mí el acto de ir a la piscina por toda la exposición que conlleva tanto física como a la hora de moverme en el agua, pero merece la pena el esfuerzo porque luego me siento muchísimo mejor. Además, es la primera vez que disfruto haciendo ejercicio, algo que me alegra. El caso es que pese a que se sigue teniendo que reservar antes de ir, nada te asegura que no tengas que compartir carril en la piscina (algo que a mí me incomoda bastante, la verdad). No sabes cómo de llena va a estar hasta que

Qui fa tot el que pot, mai està obligat a més.

Una llamada puede cambiarlo todo. Un minuto estás feliz y contenta porque es el cumpleaños de tu pareja y vais a pasar el día juntos, saldréis, cenaréis en un restaurante... Hasta le preparas el desayuno como si de una comedia romántica se tratase. Todo es genial, hasta te hace más ilusión celebrar su cumpleaños que el tuyo. Todo apunta a que será un día estupendo porque, además, esa misma semana te han dicho que el próximo viernes empiezas tu primer empleo que tanto has deseado y trabajado para obtenerlo. Pero, al minuto siguiente, todo cambia. Suena el móvil. Miras quién es. Es tu padre. Lo coges y le preguntas si está todo bien. Hace un rato le has llamado porque ayer te quedaste preocupada después de escuchar su voz por teléfono, pero en ese momento no te lo ha cogido. Te responde que estaba en el médico. Preguntas por qué. Te dice que se ha cogido la baja por ansiedad y depresión. En ese momento todo cambia, el mundo se derrumba a tu alrededor, el día se tiñe de tristeza como una

A new era.

Este texto lo escribí hace un mes y medio y lo publiqué en mi Instagram. Fue un punto de inflexión en este proceso por el que estoy pasando y no sé cómo no se me ocurrió compartirlo por aquí, así que ahí va, texto publicado el 10 de mayo de 2020: Hace dos semanas, y por primera vez en mi vida, decidí tomar la decisión de darme prioridad con respecto a los demás. No en un sentido egoísta, eso nunca, sino enfocado hacia el amor propio (eso que tanto me falta) porque veía que cada día que pasaba iba perdiendo más fuerzas hasta el punto de dejar de ser yo. Toda la vida me la he pasado dejándome la piel por estar bien con los demás, de preocuparme por cada movimiento que hacía por si a alguien podía molestarle, de ayudar a quien sea, sea la hora que sea, de dar explicaciones incluso cuando nadie me las ha pedido, de asegurarme que todos sepan que siempre, SIEMPRE, estoy ahí. En definitiva, de caer bien a todos los que me rodean, algo verdaderamente agotador y más cuando no ves tus esfue

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Esta semana ha sido, con diferencia, la peor hasta la fecha. Es viernes y mi pico de ansiedad y nervios va subiendo. Estar en casa me está obligando a estar más conectada que nunca, tanto de clase como al móvil. Siento que no puedo escapar. Desde que me levanto a las nueve y media hasta las diez de la noche estoy alerta con los dos correos abiertos (personal y el de clase), con el WhatsApp Web abierto, con los trabajos de clase abiertos, la agenda de clase y todos los post-it repartidos por el portátil y la pared para recordarme los deberes y las entregas (que luego me acostumbro a verlos y ni siquiera los leo). Todo para saber si los profesores nos avisan de algo, para saber si tenemos clase, a qué hora, para saber si tenemos deberes, si hay algo importante que se me ha olvidado, para informar a los demás si preguntan por algo… Y ya no solo en lo referente a las clases: si tengo un mensaje de algún grupo y veo que empiezan a hablar, no puedo no tenerlo abierto porque me da ansiedad n