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Vistas a través de barrotes.

Para todo hay una primera vez, y depende de la importancia que se le dé, esa primera vez será más o menos memorable.  Hace dos semanas viajé, por primera vez, sola en un avión. Me fui, por primera vez, al País Vasco sola. Me alojé, por primera vez, en la casa de una pareja que no había conocido en persona hasta el mismo día que llegué a Bilbao. Conocí y me relacioné, por primera vez, con gente que vivía allí. El motivo por el que hice el viaje fue, por primera vez, asistir a la presentación de un libro que maqueté y al que le dediqué muchísimas horas. Y no, en este caso no fue el primer libro en el que trabajé, sino el tercero. Los cuatro días que estuve allí fueron maravillosos. Hice cosas que nunca creería que me atrevería a hacer: me relacioné con gente que no conocía de nada, hablé de cosas muy personales con Alba, admiré el paisaje verde que rodeaba el baserri y que aparecía incluso en la ciudad, en cada rincón. No dejé de sentir ansiedad, nervios o vergüenza, pero la ilusión que

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  Hoy hacer realidad mis sueños me parece muy poco factible.  Desde el 1 de febrero estoy yendo a la piscina dos veces a la semana de manera regular. Me va bien porque en una hora muevo todo el cuerpo y desahogo mi ansiedad, que es lo que necesito. No pretendo ser profesional, ni dar la turra con el tema, ni ser la más nadadora, solamente necesito hacer ejercicio y nadar me gusta. La parte mala es tener que ir a una piscina municipal para ello ya que, psicológicamente, es un esfuerzo muy grande para mí el acto de ir a la piscina por toda la exposición que conlleva tanto física como a la hora de moverme en el agua, pero merece la pena el esfuerzo porque luego me siento muchísimo mejor. Además, es la primera vez que disfruto haciendo ejercicio, algo que me alegra. El caso es que pese a que se sigue teniendo que reservar antes de ir, nada te asegura que no tengas que compartir carril en la piscina (algo que a mí me incomoda bastante, la verdad). No sabes cómo de llena va a estar hasta que

Qui fa tot el que pot, mai està obligat a més.

Una llamada puede cambiarlo todo. Un minuto estás feliz y contenta porque es el cumpleaños de tu pareja y vais a pasar el día juntos, saldréis, cenaréis en un restaurante... Hasta le preparas el desayuno como si de una comedia romántica se tratase. Todo es genial, hasta te hace más ilusión celebrar su cumpleaños que el tuyo. Todo apunta a que será un día estupendo porque, además, esa misma semana te han dicho que el próximo viernes empiezas tu primer empleo que tanto has deseado y trabajado para obtenerlo. Pero, al minuto siguiente, todo cambia. Suena el móvil. Miras quién es. Es tu padre. Lo coges y le preguntas si está todo bien. Hace un rato le has llamado porque ayer te quedaste preocupada después de escuchar su voz por teléfono, pero en ese momento no te lo ha cogido. Te responde que estaba en el médico. Preguntas por qué. Te dice que se ha cogido la baja por ansiedad y depresión. En ese momento todo cambia, el mundo se derrumba a tu alrededor, el día se tiñe de tristeza como una