Vistas a través de barrotes.

Para todo hay una primera vez, y depende de la importancia que se le dé, esa primera vez será más o menos memorable. 

Hace dos semanas viajé, por primera vez, sola en un avión. Me fui, por primera vez, al País Vasco sola. Me alojé, por primera vez, en la casa de una pareja que no había conocido en persona hasta el mismo día que llegué a Bilbao. Conocí y me relacioné, por primera vez, con gente que vivía allí. El motivo por el que hice el viaje fue, por primera vez, asistir a la presentación de un libro que maqueté y al que le dediqué muchísimas horas. Y no, en este caso no fue el primer libro en el que trabajé, sino el tercero.

Los cuatro días que estuve allí fueron maravillosos. Hice cosas que nunca creería que me atrevería a hacer: me relacioné con gente que no conocía de nada, hablé de cosas muy personales con Alba, admiré el paisaje verde que rodeaba el baserri y que aparecía incluso en la ciudad, en cada rincón. No dejé de sentir ansiedad, nervios o vergüenza, pero la ilusión que sentía al estar allí ganaban a todos esos sentimientos.

Tenía ganas de hablar, de reírme, de disfrutar del entorno, pero sobre todo, de la tranquilidad. Allí me conocieron como la maquetadora del libro, como la persona que había creado la estética que todas aquellas personas que lo compraban, alababan. Incluso expliqué a una chica muy amable en qué consistía mi trabajo, algo que en ese momento no sabía cómo explicar. Al principio me preguntó si había hecho las ilustraciones, pero le dije que no. Un rato más tarde, me preguntó exactamente en qué consistía el papel de maquetadora, cuál había sido exactamente mi trabajo. Yo le dije lo que pasó, literalmente: “Pues mira, Alba me pasó el texto, las fotos y las ilustraciones por separado y yo decidí la manera en la que se colocarían y qué aspecto tendría. En este caso, decidí que el diseño recordase a un diario/álbum de fotos”. Ella intentaba compararlo con algún trabajo de la industria del cine: “Entonces, ¿serías como la figura del productor, en el cine?”, me dijo. A lo que yo, riéndome, le respondí: “No, el productor es quien pone el dinero y decide cosas, y yo no he hecho eso”. Nos reímos.

Es curioso porque es complicado explicarle a alguien ajeno al trabajo de maquetación en qué consiste el trabajo de maquetación. Recuerdo tener que explicárselo a mi madre hace unos meses.

Días después de esa conversación, seguía pensando en cuál sería el equivalente a la figura de maquetación en el cine y llegué a la conclusión de que se podría comparar con el trabajo que hace la persona que monta la película. Qué plano va delante de cuál, la duración, el color, cuál se deja fuera, cuál se incluye… Al igual que en el proceso de maquetación, si aquello en lo que estás trabajando es un encargo, la decisión de qué plano, qué tipografía, qué color usar, no dependerá íntegramente de esa persona, sino del cliente, es decir, el escritor, el director de cine o el productor. 

La figura del montador sigue siendo igual de abstracta que el maquetador, pero por justamente esto, puede ser una buena comparativa, así que me quedo con esa idea.

Pero, al igual que hay una primera vez para cosas buenas, también la hay para cosas malas…

Justo una semana después, me dan una muy mala noticia y todo se vuelve a derrumbar: a mi padre lo tienen que ingresar porque se ha roto la cadera y tienen que operarlo de urgencia. Me quedé en shock. No fui capaz de mostrar ningún sentimiento, ni siquiera lloré en el momento de conocer la noticia ni en las horas siguientes.

Mi cabeza no paraba de pensar, más que de costumbre, en el futuro cercano: en qué pasaría ahora con mi vida, qué podía hacer, qué sería de mí… Infinidad de preguntas que no cabrían ni en 10 páginas de documento. Finalmente, llegué a un pensamiento que hizo que me saltaran las lágrimas. Ese pensamiento fue el miedo a caer en depresión como él. El miedo de despertarme un día y no ser capaz de ver nada bueno en mi vida, tirando así por la borda los años de terapia que llevo a mis espaldas tratando de evitarlo. Porque hasta el momento, he tenido días malos, temporadas malas, tristes, pero siempre he tenido la esperanza de “mañana será otro día” y veré las cosas de otra manera, asimilaré qué pasó y seguiré hacia adelante. Pero, ¿y si llega el día en que no pasa eso? ¿Qué será de mí? Lloré y le dije a mi pareja que estaba asustada. Él me tranquilizó.

… y el sábado siguiente a todas las primeras veces que ocurrieron durante el viaje a Bakio me vi pasando el día en un hospital, por primera vez. 

Fueron unas 9-10 horas las que estuve allí y me dieron para pensar mucho. La semana anterior estaba paseando por Bilbao con Alba hablando de un montón de cosas, admirando el paisaje verde que se veía al final de cada calle y comprándome un libro sobre la teoría del color. Siete días después estaba pasando el día en una habitación de hospital con una ventana con barrotes a través de los cuales se veía una pequeña montaña de aspecto árido y tonalidades ocre.

En una semana había cambiado todo. El día en Bilbao y el día en el hospital no parecía que hubiesen ocurrido el mismo mes, ni siquiera durante la misma vida. Las sensaciones habían sido tan diferentes que me costaba asimilarlo.

Me llevé un libro del que no conseguí pasar del primer capítulo porque mi atención se iba por las miles de líneas de pensamientos que me inundaban la mente y las nuevas que iban surgiendo a raíz de otras. La culpabilidad volvió a hacerse fuerte en mí y llegué a pensar que aquello me pasaba por haber intentado vivir mi vida los meses anteriores. Que todo aquello era un castigo por haber sido un poquito feliz en medio de toda la situación.

Este es un pensamiento horroroso, pero el caso es que suelo pensar así. Las cosas malas que me pasan, en el fondo, pienso que ocurren porque las merezco. En cambio, cuando algo bueno me sucede, me alegro, sí, pero los pensamientos intrusivos no tardan en aparecer y en seguida empiezo a pensar que, por ejemplo, no voy a estar a la altura de las expectativas, que algo malo ocurrirá, que si me han elegido es por algo malo, etc. 

Gracias a la terapia voy aprendiendo a discernir qué es real de qué no, por qué pienso esto o aquello, cuál es el origen de todo este dolor y crueldad de mí hacia mí. Gracias a la terapia me he sentido un poco menos sola dentro de lo perdida que me siento en casi todos los ámbitos de mi vida. Gracias a la terapia he podido pasar este fin de semana y sobrevivir a ello. 

Para todo hay una primera vez, y depende de la importancia que se le dé, esa primera vez será más o menos memorable. Y este fin de semana, lo ha sido. 

Lo ha sido porque me he dado cuenta de que puedo con más cosas de las que creo, y eso me ayuda a crecer e ir deshaciéndome de mis fantasmas. La resiliencia is what keeps me going, como se dice en inglés.


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